¿Qué podríamos aprender del COVID-19?
No son pocas las voces que predican que de esta pandemia deberíamos aprender muchas cosas y que deberíamos aprovecharla para revisar muchas otras. El propio Presidente del Gobierno prometió que cuando todo termine se hará un análisis de la situación de la sanidad pública y se elaborará un libro blanco con las medidas que se revelen como necesarias. Seguramente esa promesa habrá ido directamente al cajón de promesas incumplidas que todo político que se precie tiene a rebosar.
Tenemos la memoria muy frágil y, tan pronto como nos veamos de nuevo en la vida normal, olvidaremos lo que ahora estamos pasando y todas las enseñanzas que el virus parece habernos dado mientras hemos permanecido confinados. De hecho, en cada ocasión que hemos tenido, ha habido personas prestas a incumplir las medidas de seguridad adoptadas por las autoridades.
No obstante, como mera reflexión, quiero recoger aquí algunas de las pocas cosas buenas que el coronavirus ha traído y que deberíamos conservar.
La primera, y quizá la que considero más importante, es la valoración social y profesional del personal sanitario y de la labor que realiza. No es ninguna novedad la escasez de medios materiales y personales, que obliga a los sanitarios a doblar turnos, renunciar a fines de semana y adaptar una y otra vez sus horarios y sus días libres a las necesidades del servicio. Desde muchas décadas antes de la pandemia vienen sufriendo estas estrecheces sin que las Administraciones se preocupen por mejorar sus condiciones laborales y, por ende, la atención sanitaria de los ciudadanos.
La consideración social de los médicos, enfermeros, auxiliares o celadores tampoco es la que cabría esperar de la función social que llevan a cabo.
Ojalá la Administración tomara buena nota de las deficiencias que, con el coronavirus se han puesto de manifiesto y se han multiplicado, y pusiera remedio. Y ojalá la sociedad recordara los aplausos más allá de la duración del estado de alarma.
En el otro plato de la balanza, hay que reconocer que algunos médicos se han convertido en autómatas que, por un lado, reciben los síntomas y, por el otro, escupen el tratamiento. Pero esto también es responsabilidad de la Administración, que es la establece las consignas y los protocolos y la que, desde las universidades públicas, forma a los médicos.
Y, hablando de protocolos, parece evidente que necesitaremos alguno para el futuro, que resulte útil para afrontar epidemias, ya sean locales o globales. Esta podría ser otra buena enseñanza de la pandemia. Ahora resulta que había un plan de respuesta para epidemias de gripe, elaborado por el Ministerio de Sanidad en 2005, que quizá podría haber resultado útil, pero que, al parecer, nadie recordó.
No solo el Gobierno de la nación ha reaccionado tarde y mal. No parece que las Comunidades Autónomas reaccionaran a tiempo para proveerse de mascarillas, respiradores, equipos de protección, test rápidos, etc., a pesar de que tenían las competencias en materia de sanidad y estaban viendo lo que pasaba, primero en China o Corea, y después mucho más cerca, en Italia. Y de la OMS mejor no hablar.
Otro gremio necesitado de valoración y apoyo por parte de la sociedad y, principalmente, de la Administración, es el de la Policía y la Guardia Civil. Resulta algo más que indignante que, en una declaración impresentable, se haya podido hacer un supuesto homenaje a las fuerzas armadas y a las fuerzas de seguridad del Estado, diciendo que ahora las “percibimos como un escudo insustituible y no como un gasto superfluo”. Si el Presidente de nuestro Gobierno ha necesitado una pandemia para dejar de considerar al Ejército, a la Policía y a la Guardia Civil como un gasto superfluo (he de suponer que hablaba por él; desde luego, no lo hacía por mí), que Dios nos pille confesados.
La utilización de la tecnología para reuniones y otros actos, sobre todo para juicios. Vamos a comenzar en breve a celebrar algunas vistas por medios telemáticos, lo que supondrá un salto para la Administración de Justicia. Aunque plantea ciertos problemas legales, es claro que ahorraríamos muchísimo tiempo si los abogados y los procuradores pudiéramos asistir a las vistas desde nuestro despacho -e incluso las partes y los testigos, desde su domicilio o su lugar de trabajo-.
En un ámbito más individual, una buena enseñanza que cabría extraer es el saludo y el uso de mascarillas. En muchos pueblos orientales, más sabios que la vieja Europa, las personas que padecen gripe o simples catarros, se ponen mascarilla para salir a la calle, sencillamente por respeto hacia los demás y para evitar contagiarles. Este gesto, que hemos aprendido gracias al coronabicho, deberíamos acogerlo como costumbre y mantenerlo en el tiempo.
También los orientales son más sabios a la hora de saludar. Además de resultar elegante y educadísimo, el saludo con una inclinación de cabeza evita el contacto personal. No digo que debamos adoptar esta forma de saludo tan ceremoniosa, pero, sobre todo en reuniones de trabajo, tanto apretón de mano y tanto beso puede estar de sobra. Y, por favor, que desaparezca pronto el saludo con los codos.
Para terminar de forma positiva, algo que caracteriza a la sociedad española, que no ha nacido con el coronavirus y que, sin duda, continuará presente entre nosotros, es la solidaridad. En cada crisis, tragedia o catástrofe, los españoles nos hemos lanzado a ayudar, tanto económicamente, como con nuestra aportación personal cuando ello ha sido posible y necesario. Es el punto de luz al que todavía podemos agarrarnos.
Escrito por Ramón Gutiérrez del Álamo, Socio, director del Área Procesal de Adarve
COVID-19, GUARDIA CIVIL, OMS, POLICÍA NACIONAL, SANIDAD PÚBLICA